Una vez más, estoy a horas de volver a subirme a un avión.
Una vez más, estoy a horas de cambiar de continente.
Estoy volviendo al lugar del que creo que más me costó irme después Rosario.
Estoy volviendo a un lugar que ya conozco. Estoy volviendo, pero hay un desvío primero.
Estoy volviendo a un lugar que ya conozco, pero con una escala en un lugar que quiero descubrir.
Ayer volví a ver a Emma y a Paz después de más de dos años.
La última vez que vi a Emma, estaba aprendiendo a caminar y yo tenía el pie quebrado. Estaba a punto de subirme a un avión. Estaba a punto de cambiar de continente. El destino esa vez era Australia. Un lugar que no conocía, pero quería casi desesperadamente descubrir.
La última vez que las vi, era invierno en Bélgica. Me iba a Perth a jugar al hockey. En ese movimiento y en ese lugar, sabía quién era.
Digo, el puente que me llevaba a cambiar de continente era el deporte que practiqué durante casi toda mi vida.
Es verano en Bélgica. Ya no me voy a jugar al hockey. En ese movimiento y en ese lugar, ya no me reconozco. Hoy, el puente que me lleva a cambiar de continente es otro.
Es verano en Bélgica, pero el cielo está gris, llueve y está bastante fresco. Hay viento.
Salgo a la puerta y veo a Paz venir a mi encuentro corriendo, para hundirnos en un abrazo. La última vez que abracé a Paz fue en su cumpleaños hace más de dos años. El calendario marca cronológicamente el paso del tiempo. Ver a Emma caminar, también. Pero ese abrazo borró ese paso de un solo gesto. Reconocí la emoción intacta, como si estuviera esperándome ahí, sin moverse. No quiero que estos brazos me dejen ir.
Es verano en Bélgica, pero el viento sopla con ráfagas un poco agresivas. Se cierra la puerta de la casa y yo no tengo llave. Emma nos mira y no entiende qué está pasando.
Entre risas, decido treparme tres jardines y entrar por la parte de atrás.
Vuelvo a abrir la puerta. Vuelvo a mirarlas. Emma entra detrás de Paz, casi escondida y con su voz dulce, tierna y tímida, dice:
“Ahora tengo una historia que contar.”
La primera vez que vi a Emma, la vi a través de los ojos de Paz. Estaba entrenando en mi segundo club en Bélgica y Paz estaba ayudando desde afuera porque ya no podía entrenar.
En medio del ejercicio, mi cuerpo sintió un imán hacia donde ella estaba parada.
No sé bien si soy capaz de explicar lo que sentí. Mis ojos se encontraron con los de Paz, y juntos se anudaron a los de Emma, que desde la panza ya empezaban a espiar este mundo por primera vez. Nos miramos, las tres, como si ya nos conociéramos desde siempre. Seis ojos clavados mutuamente, reconociéndose sin dudas, porque no había lugar para almas distraídas.
Seguramente fueron segundos, pero mi percepción oscila entre lo que se sintió una eternidad y el tiempo totalmente detenido. Después de todo, los extremos no se buscan: se encuentran. Y cuando lo hacen, se reconocen sin necesidad de explicación.
Mi percepción del tiempo me hacen navegar entre la eternidad y la inexistencia del mismo. Entonces —pienso— tiene sentido.
Esa mirada detuvo el tiempo en ese para siempre en el que nos reconocimos.
No solo ya no me reconozco en antiguos puentes, sino que construí nuevos. Hay personas que caminaban conmigo lo que antes era conocido, que hoy son extrañas. También miro al costado, y muchas otras encontraron la manera de caminar estos nuevos —diferentes— a mi lado.
Aunque no entiendan del todo por qué decidí agarrar un nuevo martillo y clavar los clavos en lugares totalmente ajenos, nuevos.
Aunque les gustaría que el puente tome una dirección que me lleve camino a donde están ellos.
Estoy construyendo puentes hacia la incertidumbre y hacia lo incontrolable. No derrumbé los que caminaba con tanta seguridad. Son parte de mí. Esos mismos también me llevaron a donde estoy hoy, por más que no reconozca la sintonía de su andar.
Hace tiempo, la frecuencia física me desconoce.
Hace tiempo, la conexión eterna y atemporal se clavó en mí como bandera.
Quiero seguir construyendo mil puentes y caminar al lado de las personas que rompen las agujas de cualquier reloj. Quiero seguir tejiendo hilos invisibles que no entienden de distancia.
Y aunque cambien las estaciones, los paisajes, los idiomas o los continentes, siempre va a haber una historia que contar 🌉
Te amo!