Los miedos no tienen lugar cuando se trata de seguir al corazón.
En el trayecto al aeropuerto, mi mente se convierte en una pelicula de escenarios alternativos.
Me imagino frenando el auto de golpe y bajándome, dejándolo estacionado en medio de la Panamericana, como si este vehículo de cuatro ruedas también cargara con el peso de la despedida.
Me veo frente a la puerta de embarque, mirándola fijo a la azafata para decirle: “No me subo”, mientras mi valija ya seguramente se encuentra en la cabina del avión. Incluso, más de una vez, pensé en todo el papeleo que implicaría esa decisión, y empiezo a evaluar si realmente vale la pena algo de lo que llevo en los 15 kilos que marcó la balanza del check in esta vez.
Está pasando. Me estoy yendo, otra vez. Estoy por subirme al avión.
“En las despedidas van quedando trocitos del alma”, escribí hace unos años, en una de las tantas partidas. En una de las tantas despedidas. Y cuánta verdad había —y hay— en esas palabras. En ese sentir.
Estoy dejando trocitos de mi alma:
A mis papás, que son y serán por siempre mi compañía preferida. Que siempre van a ser mi casa.
A mis hermanos y a mis sobrinos, que crecen a la velocidad de la luz y cada vez que vuelvo son los primeros en recordarme —con ternura y sin piedad— que si el tiempo existe, se escurre entre los dedos.
A mis amigas de toda la vida, que lo sé —me lo dicen—, están agotadas de mis idas y venidas, pero aun así son las primeras en festejar cada vez que despego. Que vuelo. Que aterrizo. Que me transformo.
Al amor que aparece y lo desarma todo. Que viene a derrumbar cualquier tipo de certeza que una ingenuamente creía llevar tatuada en la piel.
Pero elijo este camino aunque mi cuerpo tiembla en la puerta de embarque, aunque mi mente se llena de preguntas que no tienen respuesta inmediata, a pesar de que Rosario tira fuerte y me mire desde la vereda, con ojos de quien no retiene, pero tampoco olvida.
Lo elijo incluso aunque aparezca el miedo. Con todo lo que me pesa y todo lo que me expande.
Elijo este camino aunque me duela dejar. Aunque las despedidas me partan en pedacitos que voy dejando atrás como migas, esperando que algún día, en algún regreso, pueda volver a encontrarlos.
Elijo este camino porque sé que no me traiciono.
Porque en medio del ruido, de los trámites, del caos del aeropuerto y de la tristeza de no poder tocarlos, de no poder abrazarlos, hay una voz —una sola— que me habla claro.
Y esa voz es mía.
Viajar es irse. Pero también es multiplicarse: en cada lugar, en cada abrazo que extraño, en cada parte de mí que se queda.
Que felicidad me da que esos trocitos te los quedes vos :)
"nos volveremos a encontrar" dice un tema de la memoria del agua. buen viaje!
Hasta pronto hija! Y seguí ese camino que no te hace dudar que en vos está tu guía. Te extraño más que otras veces, te amo más que nunca pero acá estoy para compartir tu felicidad que en definitiva, es lo que más deseo en esta vida. ❤️